El concepto de biodiversidad surge por primera vez en 1985 en un contexto de preocupación por la destrucción de hábitat y la consiguiente pérdida de plantas y animales (Núñez 2003). Se define como la variabilidad de organismos vivos e incluye distintos niveles de complejidad: la diversidad dentro de las especies, entre las especies y de los ecosistemas o paisajes (Naciones Unidas 1992).
Los componentes de la diversidad biológica son todas las formas de vida que hay en la Tierra, incluidos ecosistemas, animales, plantas, hongos, microorganismos y diversidad genética.
De la biodiversidad depende la productividad de los ecosistemas (Lubchenco et al 1991) y entre sus funciones está la de abastecimiento, como alimentos, agua potable, medicinas; de regulación, como mitigación y adaptación al
cambio climático, formación del suelo, polinización; y culturales, como la recreación, educación, espiritualidad; entre muchos otros.
En un escenario de creciente urbanización a nivel mundial y la necesidad de un desarrollo urbano sustentable, que se oriente a la conservación y uso sostenible de la biodiversidad y el suministro de sus diversas funciones, la Secretaría del Convenio de Biodiversidad Biológica (2012) definió la biodiversidad urbana como: “la variedad y riqueza de organismos vivos y la diversidad de hábitat que se encuentra en y sobre los bordes de los asentamientos humanos.”
Esta biodiversidad abarca desde la periferia rural hasta el núcleo urbano. A nivel de paisaje y hábitat incluye:
- Remanentes de paisajes naturales (ejemplo: remanentes de bosques nativos)
- Paisajes agrícolas tradicionales (ejemplo: praderas, áreas de tierras cultivables)
- Paisajes urbanos e industriales (ejemplo: centros de ciudades, áreas residenciales, parques industriales, áreas ferroviarias, parques y jardines formales, sitios baldíos contaminados o brownfields)