He aquí las tres dimensiones que justifican el sentido de la humanidad sobre la tierra: el Buen Vivir en la utopía de una comunidad liberada, dueña de su voluntad, en armonía con todo lo que la rodea y la alimenta; no dudar u olvidar que los seres humanos pertenecemos a la naturaleza y no ella a seguir encarcelada por el egoísmo y la codicia del acumular para dominar y someter; el Azul, lo que está dentro y fuera de la gravedad, lo que llamamos mar y en lontananza se nos fusiona con el cielo.
Las Aguas hechas de nieves, deshielos, aguaceros, cauces y esteros que forman los ríos; en esta coordenada, los océanos que caen como lágrimas de piedras cuando lloramos por una pena y un dolor profundo, las gotas de lluvia que le otorgan a los pastos su lozanía perfecta.
¿Por qué referirnos a algo aparentemente tan obvio y recurrente, en medio de la ansiedad que nos envuelve el incierto viaje hacia el cambio civilizatorio? ¿Cuál es la alternativa que puede conducir a la humanidad a recuperar su territorio, sus lenguajes para volver a humanarse, desasnarse de sus errores históricos y volver a encontrarse en la identidad de todo lo viviente?
He aquí estas dimensiones que se agolpan en nuestras expectativas y que nuevamente ponen en nuestras manos “Las llaves que nadie ha perdido”, como nos canta Elicura Chihuailaf, tal vez solo olvidado en algún rincón de nuestras casas o de nuestros bolsillos. Vicente Huidobro definía a la poesía como “La llave que abre mil puertas…” lo que pasa volando y mirado por nuestros ojos creado sea, decía. Los árboles que se deshojan en otoño son algo más que centinelas del tiempo ceniciento, cumplen la función de conectarnos con el aire, el infinito y el Azul. Son las antenas de la tierra con el universo, los telescopios del ojo vegetal, el alerce y la araucaria.
El ecomunitarismo es una utopía que nos interroga desde la filosofía de la liberación para construir una sociedad democrática, participativa directa, inclusiva, pedagógica y socio-ambiental que debe emerger de la evolución histórico-cultural de la humanidad. Basado en las normas éticas no dogmáticas de la Libertad (individual y social), el Consenso y la Naturaleza, define la liberación como “un proceso histórico de construcción de la libertad consensual de decisión acerca de nuestras vidas a través de la lucha contra las instancias de dominación intersubjetiva y de auto-represión alienada, salvaguardando las relaciones productivas y estéticas de carácter preservador-regenerador entre los seres humanos y la naturaleza”.
Sirio López, su pensador, nos reporta en su concepto un orden utópico poscapitalista, capaz de articularse en la tradición y concepción pedagógica problematizadora de Paulo Freire. Se pregunta: “¿Debemos hacer todo aquello que nos permite hacer la ciencia y la tecnología?”. Esta utopía se despliega en los siguientes estadios: “Una ecología económica y sin patrones (orientada por el principio que reza “de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”, respetando los equilibrios ecológicos y la interculturalidad); una política de todos (basada en la democracia directa, y subordinando a ella las instancias participativas y representativas); una educación ambiental socialmente generalizada (en las esferas formales e informales, y que va de la infancia hasta el fin de la vida), que incluye una educación sexual libertaria orientada al placer libremente compartido (y que rechaza el machismo y la homofobia) y también una educación física, que integra el deporte formativo (no competitivo ni crematístico); una comunicación horizontal y simétrica (que pone en mano de las comunidades organizadas, los actuales monopolios u oligopólicos mediáticos); una estética de la liberación que recupere los atributos de la belleza y de la funcionalidad de las artes y de la literatura.
Cuidar la naturaleza, comenzando por nuestro cuerpo, es un obligativo ético que no permite relativizar las relaciones y usufructo que hacemos de los territorios y de todo lo que nos rodea. Para las culturas ancestrales (trescientos millones de seres originarios presentes en setenta y tres países del mundo, de los cuales el 25% está en territorio de América Latina), el ecomunitarismo emerge en la actualidad como la respuesta a un cambio consensuado para establecer una nueva mirada respecto al destino de la humanidad en la sustentabilidad medioambiental.
Los hermanos americanos del Abya Yala Wangeykuna, desde la centralidad de la Pacha-Mama, nos llaman a la unidad y respeto de todo lo existente; es la Madre Tierra quien nos ofrece, a través del símbolo de la Wiphala, un sistema ordenador de la vida social, portador de la sabiduría ancestral en las esferas de lo espiritual, el conocimiento, la producción y la organización política comunitaria.
La nacionalidad chilena tiene parte de su identidad mestiza en los pueblos de las nacionalidades que la precedieron, en particular, la mapuche que significa “gente de la tierra”, cuya identidad comprende un territorio común, la riqueza de la diversidad de lenguas para acceder al conocimiento, una historia que nos sitúa en promisorios imaginarios y en una manera de ser que se cultiva en la conversación hasta realizarse en la ternura. En septiembre de 2020, los chilenos tuvieron el beneplácito de recibir la noticia del otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Elicura Chihuailaf Nahuelpán, oralitor, werkén de la sensibilidad poética de su pueblo y traductor, nacido en Quechurewe,1952; su nombre es una metáfora que impulsa al regocijo, significa “piedra transparente, neblina esparcida sobre un lago, tigre-puma”, neblina que permite descubrir el silencio dentro de nosotros, escucharnos para oír y saber que cada cual es único, imprescindible y configuración en presencias colectivas para dinamizar el diálogo en comunidad.
Elicura Chihualaf ha escrito más de quince libros. Entre uno de los más accesibles que circulan en el medio editorial, son Recado confidencial a los chilenos (1999). En la tercera edición de 2015, se incluye el poema Kallfv pewma mew (sueño azul), la casa donde nació, escuchando los relatos de su abuelo, convenciéndose de que la “poesía es un respirar en paz”, según lo recuerda en boca de Jorge Teillier. Y los sueños “una rendija de luz para el ejercicio del poder del espíritu… El hombre que vive y no sueña es un hombre muerto en vida”. Este libro tiene muchas páginas coincidentes con el sueño (la utopía) y la conciencia crítica ecomunitarista, opuesta a la usurpación de las tierras, a la tala indiscriminada, a las plantas exóticas que consumen exceso de agua (desertización) y destruyen el ecosistema por afán mercantil, a la desaparición de la fauna silvestre, a la contaminación de las aguas por químicos agroindustriales, al latifundio forestal, etc. En la tercera parte del libro Werkv (mensaje, recado), entre las páginas 217 a 242, hay varios capítulos que incluyen la “Visión de la chilenidad” hasta referirse al problema cultural que aqueja al país. Para Elicura hay dos Chile, el huérfano-profundo y el del poder superficial, globalizado, enajenado, ambos mezclados con los pueblos ancestrales, pero excluidos. Ninguno de los dos aún ha asumido la morenidad. En “El agua, la vida”, se refiere a la acción irracional de las forestales. Los grandes agresores de la Mapu Ñuke (Madre Tierra) son los eucaliptos y pinos; los árboles plantados no son bosques porque carecen de un ecosistema, consumen toda el agua del subsuelo. La referencia que viene a continuación es un poco escalofriante: “un eucalipto “bebé” (3 años) consume 20 litros de agua al día, es decir, una hectárea aproximadamente mil cien de ellos) requieren de ¡22.000 litros de agua al día!; la producción de una tonelada de celulosa blanqueada al día necesita de 120.000 litros de agua; la producción de un kilo de madera de eucalipto requiere de 300.000 a 350.000 litros de agua…Y en Chile las estadísticas dicen que ¡actualmente hay más de dos millones quinientas mil hectáreas de monocultivo de pinos y eucaliptos!”. Sin agua todo verdor perecerá, el Azul será percibido como un sol abrazador cuya luz-calor convertirá todo en costra de un cosmos errabundo en la oscuridad de una noche eterna para siempre, con ojos llorando sin lágrimas. El terremoto permanente de Chile es producido por la codicia, el saqueo de unas pocas familias vinculadas a los apellidos Luksic, Matte, Paulmann, Piñera, Angelini. La Ley de pesca ha privilegiado la explotación de los recursos “a siete familias, entre ellas Angelini, Sarkis, Stengel, Cifuentes, Jiménez, Izquierdo y Cruz (que ya controlan el setenta y seis por ciento de la capacidad industrial del país)”. Una cultura sin armonía con la naturaleza es una caricatura de si misma, una burla al Az Mapu, “las costumbres del ser que es la madre tierra”. María Isabel Lara Millapán, dice: “Habrá que dar pasos más grandes/ pasos altos, poderosos/ para alcanzar la puerta de los sueños”.
En el libro autobiográfico La vida es una nube Azul (2019), Elicura nos habla de la filosofía en la cultura mapuche a través de la epistemología y práctica del Guillatun (ceremonial de ternura y agradecimiento), del Rewe (centro espiritual de la totalidad, ternura, encuentro, esperanza), del Purun (la danza que imita el movimiento de las nubes), del Arte de la Conversación, etc. Se nombra al peñi filósofo y líder mapuche Manuel Aburto Panguilef, entre cuyas interrogantes está la de cómo descifrar el pensamiento chileno, el dilema de la interculturalidad y multiculturalidad. “La vida es lo visible (lo nombrado) e invisible (lo innombrado). La vida es espíritu, energía que se dispersa y se extingue doliéndose en el presente de la vigilia cotidiana, pero que se reconstituye y se solaza en el futuro y en el pasado que habita en el infinito de los Sueños, en aquellos Sueños premonitorios, los soñados en el instante fronterizo que reúne el final de la noche con el principio del amanecer…Los occidentales han olvidado preguntarse cada mañana ¿Soñaste? ¿Qué soñaste?”. Al concluir el capítulo 23, Elicura nos dice en el Relato de mi Sueño Azul:
“La Palabra, agua que fluye pulimentando la dura roca que es nuestro corazón. La Palabra, el único instrumento con el que podemos tocar aquello insondable que es el espíritu de otro/otra con quien conversamos. La palabra, esa penumbra en la que podemos acercarnos al conocimiento (a la comprensión) del espíritu de los demás seres vivos y también al de aquellos aparentemente inanimados”.
Para concluir, os invito al segundo párrafo de este texto ¿Rozamos siquiera alguna respuesta a las preguntas formuladas? ¿El ingreso al cambio civilizatorio tiene algún destino si continuamos agrediendo a la naturaleza sin revisar el sentido de la economía regulada por el concepto de crecimiento incesante de la producción capitalista? ¿Cuál es el obligativo ético, qué debemos hacer?