Las plantas no son uno de los elementos de este mundo sino la causa, el big bang eternamente en curso que abre el mundo a todos los seres vivos que respiran. El origen de la vida no está afuera de la tierra, muy lejos en el espacio y en el tiempo, sino en las hojas de esos extraños adornos verdes que guardamos en nuestras casas y encerramos en los parques. Las plantas no son un mueble en ese gran piso que es la Tierra, sino que sus artífices. Si las plantas crearon el mundo en que vivimos, entonces Gaia es una entidad vegetal, un jardín. Y sólo porque Gaia es un jardín es que podemos vivir en él.
En este sentido, cualquier especulación cosmológica debe adoptar la forma de una reflexión botánica. Pero en este jardín las plantas no son sólo los habitantes, sino los jardineros. Como todas las demás especies vivas, somos objeto de la jardinería de las plantas, uno de sus productos agrícolas. En otras palabras, las plantas no son el paisaje sino las primeras paisajistas. O de forma más provocativa, no hay paisaje porque todo, incluso los seres vivos aparentemente inmóviles, están cambiando la faz de la tierra. Lo que llamamos paisaje es el trabajo y el resultado de muchos arquitectos paisajistas diferentes. Lo que llamamos jardín es sólo un ejército de jardineros.
Afirmar que el mundo es un jardín significa, en primer lugar, que la tierra tiene un estatuto de artefacto, algo que se encuentra en la frontera entre la naturaleza y la cultura. El mundo es una producción cultural de todos los seres vivos que lo habitan y no sólo la precondición trascendental para la posibilidad de la vida. Gaia es hija de flora.
Estamos acostumbrados a pensar que el medio ambiente es aquello a lo que los seres vivos tienen que adaptarse y no un artefacto de los seres vivos. En realidad, todos los seres vivos, por el mero hecho de vivir, están cambiando radicalmente su entorno y el planeta. Desde este punto de vista, todo el planeta es un jardín donde todos los seres vivos hacen, producen y modifican el planeta.
Por lo mismo, es importante deshacernos de la imagen teleológica del planeta. La Tierra no es un planeta perfectamente natural para albergar vida. En un primer sentido, el planeta no tiene nada de natural porque está construido por y para millones de diseñadores de las más diversas formas que se han sucedido de generación en generación. Entonces, la habitabilidad debe entenderse como una dimensión técnica de la existencia, es decir, como un producto o artefacto. Y precisamente, porque el planeta es un artefacto, es que es tan frágil.
Todos los seres vivos, por el simple hecho de vivir, modifican irremediablemente el mundo que los rodea. La relación mutua de los seres vivos, así como la relación entre los seres vivos y el medio ambiente, es siempre una relación manipulada y reelaborada, es decir, una relación de diseñadores, donde cada especie es un arquitecto del mundo y de otras especies. Esto significa que, en la gran mayoría de los casos, el entorno en el que vive cada especie es un espacio diseñado y producido por una especie para otra especie. Cada especie es de alguna manera clandestina y abusiva de su entorno, y perturba a las demás.
Es importante subrayar que este aspecto no es exactamente para legitimar los errores cometidos por la especie humana en las últimas décadas, sino para mostrar que la solución a estos errores no está en volver a una forma soñada de naturalidad. La pregunta, entonces, no debería ser si algo es artificial o natural, sino cual es la composición de las diferentes agencialidades o subactividades que actúan dentro de un espacio determinado, que han permitido la construcción de ese determinado artefacto que llamamos paisaje.