En 1979 el videoartista norteamericano Bill Viola (Nueva York, 1951) escribe en su diario acerca de su deseo de ir a un lugar que le dé la sensación de fin de mundo. Busca un punto de observación que le permita pararse a mirar el vacío y luego el mundo que sigue más allá. Viola pronto confiesa que ese vacío se encuentra en su interior, que “el espacio es un gran telón de proyección, adentro pasa a ser el afuera, puedes ver lo que eres.”
“Más allá del vacío” de Gianfranco Foschino (Santiago, 1983) es una conversación directa con Bill Viola. Es en parte un homenaje y a la vez un punto de partida. Se trata de un trabajo que se escinde de todo vértigo y busca un presente en que el tiempo es determinado por el agua como elemento y como símbolo, sea este un espejo, un flujo o la propia experiencia contemplativa. Este es un arte que explora el límite de la experiencia de observación y lo hace con una intensidad notable. Es un límite discreto que se pone en evidencia tanto en las pausas como en las dimensiones de las piezas, pero a medida que aceptamos su temporalidad nos expone a un cambio sustancial. Foschino parte en el límite de ese vacío que antecede al cambio, porque tiene la certeza que la observación atenta y detenida es capaz de transformar a quien la lleva a cabo.
El agua como habilitadora de la vida, como símbolo del tiempo, como vehículo de lo puro, el agua como inicio y final de todo ciclo, tiene una importancia que inunda varias preocupaciones humanas a la vez. Es la contingencia medioambiental, la disputa política, la reflexión mística y es además donde se despliega la poética visual. Incluso, más allá, también en el agua, está la luz dosificada como en un cuentagotas, iluminando el borde difuso entre la quietud y el movimiento.