La carta geográfica como SÍMBOLO. La tierra que habitamos no es algo rígido: partes enteras se hunden; otras emergen; y todo cambia y muda aun cuando ocurra lentamente.
Tempestades, hundimientos, volcanes ocurren en cualquier lugar de la superficie terrestre; mares se retiran o cubren territorios; bosques desaparecen por el fuego e influyen en las precipitaciones; ríos y pantanos se secan. El clima cambia, aunque igualmente lentamente, y afecta a las civilizaciones: las desarrollan, estagnan, exasperan o las aniquilan. Las masas humanas concentradas como densidades crecientes actúan como agentes, y alcanzando cierto grado de evolución, como causa geográfica. Lo visible y lo invisible reunidos simbólicamente hacen perceptible a los sentidos el sentido inaprehensible a simple vista.
El ligamen entre geografía e historia se hace vívido en la obra de Heródoto. Concebidas como un todo inseparable, polaridad de tiempo y espacio, nunca hay un lugar en sí sin estar presente un tiempo y nunca hay tiempo solo sin su soporte espacial. Si el hombre afecta el medio y en cierto grado lo modifica, el medio lo afecta a él mismo y lo condiciona: la NATURALEZA se hace presente más intensamente cuanto más activa es la acción del hombre dentro de ella.
Así la IMAGEN del MUNDO ha cambiado y configura una visión que le es propia a la civilización que la concibe. En sí no es ni verdadera ni falsa; dice que lo entienden así: el mapa náutico de los indígenas del archipiélago Marshall es función de su visión del mundo: es EXPRESIÓN de ella.
La imagen del mundo de Homero, emerge dentro del medio circundante de la civilización egea; entera, con resonancias mitológicas como expresión simbólica grandiosa: el círculo mítico encierra todo el orbe; la tierra sólida toma figura de una gran isla mundial escindida en dos, tendida entre dos polos: arriba x abajo, luz x tiniebla, vida x muerte, visible x invisible; separada en dos: boreal y meridional por la masa líquida del agua central de los mares y circundada por un enorme anillo de agua: el río océano. Esta IMAGO MUNDI no cederá; se desarrollará de época en época hasta consumar en la imagen del mundo de Ptolomeo, hacia su término vital, como arqueo suma de su experiencia positiva del mundo.
Cuando los árabes entran en el teatro del mundo, sus cartas geográficas cambian; emanan de una visión global diferente; reaparece el círculo mítico simbolizando otro ligamen con el mundo tal como ante ellos se transparenta. La imagen del cosmos se convierte para los hombres en cuadro significativo de la armonía, y la simboliza.
Dando la figura de círculo a la articulación recíproca entre sujeto y mundo, y todavía, entre hombre y medio circundante, tal que entre ambos se establezca una corriente ininterrumpida y en los dos sentidos: desde el hombre, la que se dirige hacia el exterior emerge como EXPRESIÓN, y la que, desde el mundo circundante, a través de la estructura sensorial, penetra hacia el interior del hombre, produce una IMPRESIÓN. Civilización significa, en su mayor alcance, VISIÓN DE CONJUNTO y ocurre como una progresiva conquista proveniente del mundo circundante: a través de cada emoción el medio produce una mutación en el plano del ánimo que lo trasmina no parcialmente sino totalmente, lo abarca en su integridad hasta cristalizar como EXPRESIÓN PLÁSTICA; seguido, tras la debilitación del período afectivo, pasa al plano de la razón como transferencia, se configura como concepto y se traduce en APLICACIÓN. Este proceso es regular tanto en el individuo aislado como en una colectividad. Por esta actividad espontánea e ininterrumpida se produce todo lo que como adquisición hace el haber de una civilización.
El mapa de Hecateo conserva los rasgos generales de la imagen del mundo de Homero; se está al término del período mitológico: lo consuma. Un trecho de tiempo apreciable separa la visión de Hecateo de la de Heródoto, pero la mutación que significa en el plano del ánimo es considerablemente mayor aún que la temporal. Heródoto viaja, verifica directamente el espacio, tiempo y causalidad míticos de la visión arcaica; se produce la conversión a espacio, tiempo y causalidad históricos: la imagen histórica hace su aparición plástica en el mundo antiguo. De Heródoto a Eratóstenes va otro trecho de tiempo y significa la necesidad de fijar la magnitud de la tierra y la articulación de su superficie en cuanto a masa y distancia; someterla a lo mensurable: la imagen matemática del mundo. Ptolomeo hace el recuento y la suma del haber adquirido: el fruto se condensa a semilla, todo el saber se concentra encerrado en el menor espacio posible; una prodigiosa centrifugación. Con los árabes se reinicia el proceso porque la visión del mundo, para ellos, también ha cambiado; al cabo la carta geográfica del marroquí Edrisí (o Edrisí) resume la experiencia del mundo árabe.
En la rama, de hoja en hoja, algo cambia y en el tiempo, la misma hoja también se desarrolla y cambia; con todo nunca una hoja de ulmo se convierte en una hoja de álamo: ambas especifican dos especies diferente. Las diferencias dentro de una misma especie pueden aparecer tan opuestas en figura como el círculo, la elipse, la parábola, la hipérbola que provienen de la sección de un cono por un plano y es posible pasar de una a otra por transformación continua; tras las diferencias y propiedades que las individualizan tienen en su base la misma figura primigenia: el cono. Así el dibujo griego al emigrar por los territorios de Asia, muda lentamente hasta constituirse en el dibujo japonés; del alfabeto fenicio insensiblemente se pasa a nuestra escritura actual.
La imagen sideral aún es aparente en la cartografía común que utilizamos; una proyección del firmamento sobre la esfera terrestre, visión de un mundo caldeo que todavía resonó en la correspondencia de Van Gogh. “Yo confieso no saber por qué será, pero siempre la vista de las estrellas me hace soñar, TAN SIMPLEMENTE, como me impulsan a soñar los puntos negros que representan en el mapa las ciudades y lugares. ¿Por qué, me pregunto, los puntos luminosos del firmamento nos serían menos accesibles que los puntos negros sobre la carta de Francia? Si tomamos el tren para irnos a Tarascón o a Reuen, tomamos la muerte para irnos a una estrella. Lo que es realmente cierto en este racionamiento, es que estando en VIDA, no podemos irnos a una estrella; lo mismo que estando muertos, no podemos tomar el tren. En fin, no me parece imposible que el cólera, el mal de piedra, la tisis, el cáncer, sean medios de locomoción celeste, como los barcos a vapor, los ómnibus y el ferrocarril, lo son terrestres. Morir tranquilamente de vejez, sería ir a pie”. Y poco más tarde agrega: “Pero no olvidemos que la tierra es igualmente un planeta, y por consiguiente una estrella o globo celeste. ¡Y si todas esas estrellas fueran parecidas!!! No sería muy alegre; en fin, habría que volver a empezar. Desde luego que para el arte donde se tiene necesidad de TIEMPO, no estaría mal vivir más de una vida. Y no deja de tener su encanto creer a los griegos, a los viejos maestros holandeses y japoneses, continuando con otros planetas su escuela gloriosa.” Así, una “imago” primigenia, poderosa, se desarrolla de civilización en civilización, considerándose a sí misma a través de una continua capacidad de configurarse por la facultad de desplegar siempre nuevas formas de su misma naturaleza; reproduciéndose a sí misma peremnemente bajo apariencias siempre adversas: la UNIDAD se realiza en la MULTIPLICIDAD. De esta lontananza también es una expresión: “noch Pflonzen ins unendliche erfinden, die konsequent sein müssen, d. h., wenn sie auch nicht existieren, doch existieren könnten” (G). Es la llave que abre la visión infinita de un mundo silente y sin ECO que se dilata ilimitado y libre y sin encogimiento.