Extractos de una conversación
con Francisca Fernández Droguett
“Es más probable que la tierra proporcione lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la codicia de cada hombre (…) Máquinas cada vez más grandes, imponiendo cada vez mayores concentraciones de poder económico y ejerciendo una violencia cada vez mayor sobre el medio ambiente no representan progreso, son la negación de la sabiduría. La sabiduría requiriere una nueva orientación de la ciencia y de la tecnología hacia lo orgánico, lo amable, lo no violento y lo hermoso (…) Necesitamos métodos y equipos que sean suficientemente baratos de modo que estén virtualmente al alcance de todos; apropiados para utilizarlos a escala pequeña; y compatibles con la necesidad creativa del hombre.”
E. F. Schumacher
Código de Aguas
Antes de comenzar esta conversación me parece importante señalar que, en mi caso, la lucha por el agua está vinculada a un ideario de sentido común, de cariño y de amor por lo que una hace, por la preservación de la naturaleza y el desafío de restaurarla. Parto con un marco desesperanzador (el despojo y deposición histórica de las aguas en Chile) para desde ahí generar un marco de esperanza.
El agua fue privatizada en 1981 con la creación del Código de Aguas. En 1980, bajo una Constitución creada por una dictadura cívico-militar, se genera un Estado Subsidiario que, más que subsidiario, es privatizador. Privatiza la política pública, y cuando los privados no pueden cubrir ciertas necesidades, recién ahí el Estado se hace presente. Se privatizó el Agua, la Salud, la Educación, además de la formulación de una serie de decretos ley que han favorecido la mercantilización de los bienes comunitarios. ¿Qué ha pasado entonces?: el Código de Aguas, si bien dice que el agua es un bien nacional de uso público, su acceso es mediante derechos de aprovechamiento, lo cual permite su compra. Me parece fundamental señalar esto: el Código de Aguas ha permitido que en Chile el agua se pueda comprar, vender, arrendar e hipotecar. El domingo, por ejemplo, en los avisos económicos de los diarios, se puede ver cómo los ríos se rematan. Entonces, no hay duda que habitamos una sequía que tiene dos razones: el cambio climático y el Código de Aguas.
El cambio climático se debe a una forma de relacionarnos con la naturaleza producto del capitalismo, la mercantilización y la sobreexplotación de los ecosistemas. Cuando hablamos de cambio climático, hablamos de una estructura-mundo que ha generado esta dimensión: por una parte se vincula con los gases de efecto invernadero y por otra con el aumento de las temperaturas. Por ejemplo, cuando se dice ¿qué importa la defensa de la Amazonía desde el territorio chileno?, pues bien, importa todo, porque somos parte de un sistema interconectado. La Tierra es un cuerpo viviente, igual que todo cuerpo.
Por su parte, es importante decir que nuestra sequía se encuentra anclada al Código de Aguas. En Chile, el Código de Aguas ha permitido usufructuar derechos de agua, sobreotorgando derechos más allá de la capacidad de recarga hídrica de una cuenca. Este es el marco desesperanzador que tiene que ver con la extracción intensiva e ilimitada de los bienes comunitarios para su venta en los mercados internacionales. En el norte, la megaminería; en el centro, el modelo del agronegocio; en el sur, las forestales y embalses, las hidroeléctricas de paso y las grandes obras hidráulicas. Frente a este diagnóstico, ¿qué hemos dicho?: debemos recuperar y defender las aguas. Lo primero es resguardar “las memorias de las aguas”, porque el agua tiene memoria. El agua es parte de un ciclo; el agua es parte de un flujo; el agua es un elemento sagrado. Esto me parece fundamental. Cuando hablamos de la defensa del agua, una de las primeras defensas es el ciclo completo del agua. Es, además, la defensa de los distintos cuerpos de agua como los ríos, lagunas, lagos, glaciares, salares, turberas, bofedales, manglares y aguas subterráneas; las sanitarias y el agua potable que también son nuestras aguas, y nosotras y nosotros que somos cuerpos de agua también.
Junto con esto, debemos recuperar los flujos históricos ancestrales que cruzaban nuestras cuencas y subcuencas y diagnosticar cómo fueron interrumpidos por la actividad extractivista, de tal forma que podamos planificar nuestros territorios para que esas aguas escurran y completen su ciclo, vinculando la Cordillera de los Andes con el mar. En el contexto andino, por ejemplo, los Aymaras y los Quechuas sostienen que el origen del mundo emerge desde el subsuelo del Lago Titicaca.
Como Movimiento por el Agua y los Territorios (MAT) hemos generado algunas propuestas: la derogación del Código de Aguas es una ellas. No podemos seguir con este modelo privatizador. No sirve una reforma; lo que se necesita es crear un nuevo cuerpo normativo que piense en otros horizontes. Reconocer el agua como un derecho humano es vital, lo mismo la restauración ecológica y el agua como un derecho de la naturaleza.
En este sentido, proponemos la gestión comunitaria de las aguas por cuencas y subcuencas, reconociendo las prácticas ancestrales de los pueblos originarios, afros y pueblos migrantes en contextos urbanos y rurales.
Movimiento por el Agua y los Territorios (MAT)
El movimiento por el Agua y los Territorios surge hace 8 años aproximadamente, al alero de una experiencia maravillosa que aún continúa: el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales OLCA. Todos los años desarrolla una actividad denominada “Aguante la Vida”. Ahí se dan cita distintos territorios con conflictos socioambientales, cuyo objetivo es entrecruzar nuestras luchas por la derogación del Código de Aguas y desprivatizar y desmercantilizar los bienes comunitarios poniendo fin al decreto ley 701 que ha incentivado el monocultivo de las forestales, uno de los principales agentes degradadores del territorio y que ha generado el arrase del bosque nativo, entre otros. En este contexto nos juntamos y dijimos: necesitamos conformar un movimiento social, un movimiento basado en la derogación del Código de Aguas y en la desprivatización de los distintos instrumentos regulatorios, promoviendo una nueva visión de la institucionalidad socioambiental y de los tratados de libre comercio que hoy incentivan y profundizan la mercantilización. Somos alrededor de 100 organizaciones desde Arica a Magallanes conformadas por zonales. Zonal norte, zonal centro y zonal sur, que hemos ido encaminándonos en dos sentidos fundamentales. El primero: somos un movimiento plurinacional, pues entendemos que la articulación de los distintos pueblos, comunidades y territorios (afros, migrantes, pueblos originarios, urbanos, populares y campesinos) es muy importante, sumado a una visión anti patriarcal. Pues entendemos que el extractivismo tiene rostro patriarcal el cual también ha explotado el cuerpo de las mujeres, las niñas y las disidencias de la misma forma como ha operado, históricamente, el extractivismo sobre la naturaleza. Y el segundo: que nuestra principal demanda es por una transición socioecológica por medio de la agroecología (tenemos una Escuela de agroecología en Petorca que se llama Germinar), el cuidado de las semillas nativas, el reabastecimiento popular y las huertas comunitarias que ya existen en distintas ciudades.
El año pasado, durante la revuelta post 18 de octubre, decidimos hacer los Cabildos por el Agua. Hicimos más de 70, desde Arica a Magallanes, con el objetivo de saber qué tipo de gestión comunitaria le queremos dar al agua. Como Movimiento no estamos por una gestión estatal porque el Estado sigue siendo privatizador, subsidiario, colonial y anclado a una Constitución redactada en uno de los peores momentos de Chile, que perpetúa el arrasamiento de los pueblos. Entonces decimos: Gestión Comunitaria del Agua en los territorios.
¿Y cómo?
Primero: por cuenca y subcuencas, que es otra forma de entender los territorios. Recordemos que el proceso de regionalización de la dictadura, no responde a criterios territoriales o socioambientales sino a criterios administrativos ajenos a la realidad territorial. Por eso hablamos de gestión comunitaria pensada desde la planificación, el control territorial y los derechos de la naturaleza en tanto sujeto político. Hasta ahora la naturaleza la hemos entendido más bien como un bien de consumo explotable. Cuando hablamos del derecho a la naturaleza hablamos de la defensa de la naturaleza en sí misma, por ser naturaleza. Tenemos que transitar de una posición antropocéntrica a un paradigma biocéntrico donde las vidas espirituales, humanas y no humanas sean el centro del horizonte que queremos construir.
¿Y dónde se da esto?
Pues bien, en los pueblos originarios. Para el pueblo Mapuche el agua tiene una dimensión de sacralidad; en el contexto Aymara y Quechua el origen del mundo son las “pacarinas” que son grandes huacas o lugares sagrados que son pura agua. De hecho se les llama “mamacocha”, “mamayacu” o “mamacota” pues tienen una entidad de divinidad donde el agua es vital para mantener el ciclo de todas las vidas.
Hablamos también de los “Buenos Vivires”, “suma qamaña” en Aymara, “sumak kawsay” en Quechua, o el “kume mongen” en Mapudungun, donde la lucha no es sólo por una “buena vida” para nosotros y nosotras, sino también para nuestros entornos y ecosistemas desde una perspectiva de justicia ecológica restaurativa. Pensemos en territorios como Quintero o Puchuncaví. Ahí no sólo tenemos que defender la naturaleza sino relevar nuestra responsabilidad política y espiritual de restaurar esos territorios absolutamente degradados. Hablamos de los “derechos de la naturaleza” (hay experiencias históricas tanto en Bolivia como en Ecuador que han quedado consagradas en la Constitución) desde una visión de pluralismo jurídico, entendiendo que los pueblos tenemos visiones distintas sobre las normas que regulan y estructuran nuestros marcos jurídicos. En muchos pueblos originarios un principio fundamental de justicia es la restauración y el equilibrio. Y no sólo con lo humano sino con la reciprocidad de los bosques, los cerros, los lagos, los ríos. Debemos cambiar nuestra visión de mundo porque la crisis ecológica que habitamos no da para más. Necesitamos un cambio de paradigma respecto de cómo entendemos nuestra relación con la naturaleza y de cómo producimos, distribuimos y consumimos.
Proceso Constituyente
No veo la nueva Constitución como la finalidad donde termina la lucha socioambiental, sino como parte de un camino que nos posibilita hacia una transición socioecológica. Me parece peligroso cuando se delega en una nueva constitución la posibilidad de cambiar el paradigma de nuestra relación con la naturaleza. Como Movimiento por el Agua y los Territorios decimos: la convención constitucional no es lo que queríamos ,sino, más bien, una asamblea constituyente plurinacional, feminista y socioambiental para que, desde las asambleas territoriales, emerjan quienes puedan dar cuenta de las reflexiones situadas al interior del proceso constituyente, resguardando las formaciones históricas de las distintas culturas (ancestrales, originarias y afros). Ese es el camino que queremos. Sin embargo, lo que estamos viviendo ya es un hito histórico. Que estemos debatiendo la posibilidad de integrar los derechos de la naturaleza en una nueva constitución es un enorme avance que instala grandes e importantes desafíos. Creemos que la única posibilidad de protección real de las aguas en Chile es cambiar la estructura misma respecto de cómo se piensa el Estado. La Constitución señala que Chile se basa en la familia, pero en una familia heteronormativa, nuclear y que no incorpora otras posibilidades de construcción.
Por su parte, la descentralización del Estado de Chile. Descentralizar y desprivatizar son horizontes fundamentales para el entendimiento y reconocimiento de que nos configuramos desde una multiplicidad de referentes. Por eso el carácter plurinacional de la defensa socioambiental es fundamental para encaminarnos hacia una transición socioecológica donde se garantice el derecho a vivir en un medioambiente libre de contaminación
Chile es un país monoproductor y exportador de materias primas, inserto en lógicas coloniales propias de la teoría de la dependencia. ¿Por qué? Porque la forma de perpetuar las ganancias de los núcleos centrales es perpetuando la precarización de los territorios. Somos un país profundamente desigual, racista y clasista; seguimos intensificando el monocultivo, la monoproducción y la monoexportación. Con la revuelta del 18 de octubre de 2019 nos dimos cuenta que no es necesario comprar todo en el supermercado; por el contrario, es posible y necesario potenciar nuestras redes de abastecimiento y que el sobreconsumo ha sido una expectativa ajena a nuestras necesidades vitales y reales. La lucha entonces es descolonizarnos de esas lógicas y estructuras sistémicas, donde la solidaridad y el apoyo mutuo sean las claves para seguir caminando juntos.
Desarrollo
Existen maravillosas experiencias de soberanía energética, limpias y renovables, administradas por las comunidades. La defensa de los derechos de la naturaleza se vincula directamente con la autodeterminación de los pueblos. Entonces ¿de qué nos sirven los paneles solares si continúan integrándose a la matriz central de la electricidad administrada por privados? Para que haya una soberanía energética en el marco de los derechos de la naturaleza la administración debiese ser de la comunidad. Hay experiencias maravillosas (Guajaca por ejemplo), pero cuidando no caer en falsas soluciones o en lo que llamamos “ecocapitalismo”. La política de expansión de los embalses o de las carreteras hídricas cuyo argumento es que el agua de los ríos se pierde en el mar. El agua nunca se pierde. Los ríos trasladan sedimentos que permiten sostener la vida en el mar. La carretera hídrica lo único que hace es despojar, nuevamente, un territorio no en favor de las comunidades sino de los intereses económicos.
Otro ejemplo son las desalinizadoras de agua en el norte y otros territorios de Chile las cuales generan una gran contaminación en el fondo marino sin dar soluciones sustentables, pues a la comunidad se les da una desalinizadora pero el agua dulce natural se le sigue dando a la mega minería. O la ley de protección a los glaciares, que es absolutamente deficiente, pues ciñe a una mínima expresión su defensa, dejándolos expuesto a la acción destructora de la megaminería. Chile es uno de los países con mayor reserva de agua dulce bajo sus glaciares. Cuando se arrasan los glaciares lo que se arrasa son los reservorios de agua dulce que nos permitirán seguir sosteniendo la vida más adelante. Tenemos que tomar medidas reales y efectivas, y no falsas soluciones a largo plazo. Seamos claros: estamos en un punto de no retorno.
Ciencias
Respecto de las ciencias, muchas veces se plantea una suerte de sátira como si quienes defendemos las aguas y los territorios estuviéramos contra las ciencias y los ámbitos tecnológicos. Pues bien, todo lo contrario. Cuando hablamos de las ciencias hablamos de las ciencias para los pueblos, al alero de los buenos vivires y que contribuyen a la restauración de nuestros ámbitos ecológicos cuidadosamente comprometidas y entretejidas con los haceres y saberes de las distintas comunidades. No estamos contra la extracción ni por una naturaleza intocada; al contrario, estamos contra el extractivismo intensivo y mercantil. Todos los pueblos se han relacionado con la naturaleza desde el extraer. Ahí tenemos por ejemplo la pesca artesanal, el ganado ancestral, las prácticas de recolección de los pueblos originarios, pero pensados en relaciones de armonía, restauración y mantención permanente del ciclo de la vida.
Tecnologías
La tecnología es el uso de herramientas para solucionar problemas prácticos. Cuando los primates toman un palo y acceden a la comida, lo mismo los osos, lo que tenemos es una práctica tecnológica. Es importante pensar hoy la tecnología desde otros lugares (no necesariamente desde los dispositivos tecnoindustriales), sino como herramientas sencillas y posibles que nos permitan adaptarnos de forma armónica, a sabiendas de una solidaridad, del apoyo mutuo y de los ciclos de la naturaleza en tanto “técnica del estar”. En este sentido, la agroecología es profundamente tecnológica o los cultivos en terrazas de los Aymaras donde se cosecha agua, respetando los períodos de barbecho, cosecha y descanso. Volver a comer según los ciclos de las estaciones es parte de la soberanía alimentaria y sanitaria, que por cierto tienen mucho que ver con las prácticas de subsistencia de los sectores populares como son la reutilización, reciclaje y reducción.
Cultura
Pienso que hay tres elementos que son necesarios de articular: Arte, Ciencia y Defensa. Las artes son fundamentales en la construcción de nuevos imaginarios que vayan más allá de esta subjetividad extractivista y neoliberal. La artista Cecilia Vicuña ha contribuido sensiblemente en la visibilización del agua que nace del cerro El Plomo y que cruza nuestra cuenca por el río Mapocho hasta llegar al mar. Me parece hermoso como el arte puede lograr ese tipo de visibilidad.
Por su parte, la importancia de las ciencias que consideran en sus modelos educativos los haceres y saberes, para la ruralización de la ciudad desde la cultura popular. Es una falsa dicotomía la que nos han impuesto de lo urbano versus lo rural. Existe una interrelación. Históricamente ha sido así. Los y las campesinas siguen sosteniendo en parte la vida de quienes habitamos en la ciudad. También podemos ruralizar la ciudad a través de las huertas comunitarias, no sólo en nuestras casas, sino en las calles. En muchos países las veredas tienen huertos comunitarios. Producir nuestra propia comida es el primer momento de lucha anticapitalista.
Agradezco esta conversación. Hablar enriquece el alma y ayuda a rememorar condiciones de esperanza y belleza que hemos construido juntos como colectividad.